Es preciso asumir la preeminencia de las culturas autóctonas en su propio continente.
Desde sus primeros contactos con la sociedad indígena los extranjeros se sintieron con el derecho a emitir opiniones y juicios sobre el valor de lo que presenciaban. Naturalmente, esos juicios fueron hechos dentro de las categorías y valores de su propia cultura. Fue gente, parte de una élite, que ejercía una dominación cultural y política a través de las instituciones del poder invasor. Se constituyeron en árbitros del buen gusto, ellos decidían en nombre de su sociedad lo que era bueno y lo que era malo, civilizado o primitivo. Muchos, desde su ignorancia, consideraron a las culturas nativas y sus expresiones y prácticas, sólo como manifestación del barbarismo de sociedades atrasadas y salvajes.
El colonialismo moderno de las repúblicas independientes continúa en el error de considerar a las culturas autóctonas como expresiones atrasadas del quehacer humano. Es una mentalidad que ha sido introducida desde una perspectiva etnocentrista, alimentada en textos de historia, en
la prensa y la televisión por los círculos culturales extranjeros para afianzar sus prerrogativas de control, sus influencias ideológicas y para conservar sus privilegios. Esta perspectiva ha dado origen al racismo y a la estereotipia, que actualmente deben soportar los pueblos originarios y sus culturas que están fuera del continente mental imperialista, llamado "mundo cristiano-occidental”.
Negarse a observar e ver las culturas nativas implica una persistente y grotesca forma de perseverar en el colonialismo cultural. Ellos dicen que el pensamiento indígena es tan extraño que sólo ellos pueden interpretarse correctamente a sí mismos.
Los Pueblos Originarios ya no son más un sistema cerrado cuya legitimidad deba provenir de ellos solamente. Toda la actividad desplegada por los antropólogos, los directores de museos, investigadores e historiadores, ha puesto en acción un movimiento de enormes proyecciones históricas, que entrelaza los intereses de ambas culturas, que ya no pueden ser separadas.
La única condición que cada cultura tiene derecho a exigir, es que su estudio e interpretación se haga dentro de los principios éticos que exigen leerla dentro de su propio contexto y por ningún motivo con juicios de valor previamente establecidos dentro de la idiosincrasia propia impuesta por los parámetros de otra cultura.
Un creciente número de intelectuales, profesores universitarios, docentes e historiadores ya asumieron una relación emocional con la cultura indígena, que aunque resulta difícil para la mentalidad occidental, les permite un acercamiento más real y comprensivo a ellas. Partiendo de esta intencionalidad afectiva se nos permite entender los conceptos de UNIDAD que emergen de su visión cosmológica. Una unidad sustancial entre los factores bióticos y abióticos que conforman la Biosfera y que es permanentemente actualizado a través de las formas de proceder y concebir la vida de relación y las prácticas 'religiosas'. La cultura indígena, a través de todas sus formas de manifestación, expresan los conocimientos de la naturaleza y de las cuestiones de la vida transmitidas a través de miles de generaciones; exteriorizadas en cantos, danzas, pinturas o grabados, como una forma de mantenerse cerca de las almas de sus antepasados, los ancianos padres, a fin de vincularse a ellos y requerir su intervención e influencia en las cosas y en las especies de la naturaleza, de la cual ellos forman parte.
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